November 10, 2010

Publicidad descontrolada, ¿ Donde ponemos el límite?


Podemos hablar largo y tendido de las nuevas estrategias de la publicidad:la captura de espacios públicos y privados, la captura de nuestras actividades cotidianas y de nuestros hábitos,la segmentación de los anuncios. Todo ello nos llevará inequívocamente a una pregunta final: ¿quién debe poner límite a la publicidad? Ya podemos comprobar que, si nosotros no actuamos, los vendedores no parecen tener el más mínimo reparo en invadir nuestra intimidad, quizá porque a ellos no les parece negativa la publicidad, sino que la contemplan como un modo de vida. Por tanto, es obligatorio hacerse una pregunta: ¿es conveniente dejar que sean los vendedores los que controlen la cantidad y la intromisión de la publicidad? ¿Hasta dónde debe llegar ésta? ¿Corre peligro nuestra intimidad?

Estas preguntas reflejan toda una problemática social que nace del drástico cambio que ha sufrido nuestra sociedad en los últimos años. Sobre quién debe poner límite a la publicidad y si debemos confiar en los vendedores, la respuesta es intuitivamente rápida: nosotros debemos ser capaces de decidir qué publicidad aceptamos y qué publicidad rechazamos; ser capaces de hacerlo técnica y legalmente. Del mismo modo que mientras navegamos por Internet aceptamos publicidad contextual y rechazamos la publicidad intrusiva, podemos aceptar una publicidad que cumpla su función, que no es otra que vender, sin apoderarse de nuestro entorno privado y rechazar vías publicitarias más agresivas que sí  lo hacen.

Y es que los publicistas no pararán hasta llenarlo todo de anuncios: la web, la calle, nuestra casa. Porque aunque esto no lo justifique, ser publicista consiste en vender tu producto a toda costa. De forma que aunque pueda parecer excesivo estudiar todos y cada uno de los hábitos de una persona con el fin único de venderle mejor, más que intentar convencer a los publicistas de lo ético o poco ético de este comportamiento, debemos analizar la situación  y decidir nosotros mismos.

Si los anuncios son indiscriminados y no podemos evitar aportar información al publicista o recibir esos anuncios, no serán aceptables y habrá que rechazarlos. Si los anuncios son aceptados como parte de la prestación de un servicio con precio reducido, hay que valorar si la rebaja del coste compensa efectivamente. Sin duda hay  servicios que no podrían existir en ausencia de publicidad (¿podría Google ofrecer el servicio de búsqueda que ofrece si no se sostuviera con publicidad?), pero quizá no hace falta aumentar hasta el límite la cantidad de información que Google (por continuar con el ejemplo) obtiene de nosotros para ofrecer su servicio. ¿Hasta qué punto compensa, en el sentido de cuánta información es justo entregar a cambio del servicio gratuito que se nos presta? Del mismo modo que el famoso buscador, multitud de servicios web ofrecen algo y se subvencionan con la publicidad adaptada a nuestro perfil, publicidad que nos muestran en todo momento.

Antes de aceptar como inevitable el hecho de que todo servicio vaya inherentemente acompañado de un programa de publicidad segmentada, hay que analizar detenidamente las ventajas comparativas que se nos ofrecen y lo que nos cuesta, no en dinero sino en información personal, dicho servicio. La gran mayoría de servicios de este tipo no aprobaría una comparación de este tipo al evaluar la relación ventaja-información entregada.

De esta forma, es a nosotros y a nadie más a quien compete decidir qué servicios nos compensa usar y qué información entregamos a cada publicista. En este sentido, la tecnología RFID nos priva del control sobre el sistema, pues no se puede desconectar a voluntad, pero los pagos con tarjeta de fidelidad y la traza que dejamos pasan a ser responsabilidad nuestra. Del mismo modo, resulta difícil evitar que diversos servicios web almacenen información sobre nuestra navegación, pero mucha de esa información la entregamos gratuitamente al navegar sin cerrar nuestra sesión de trabajo en estos sitios o al completar un perfil con información personal que entregamos a cualquier servicio web. Estos actos también son responsabilidad nuestra.

No quiero decir que la aceptación de esta publicidad sea algo descabellado; desde luego, tiene sus ventajas y sus posibilidades. Mi única reflexión es que a veces no tenemos suficientemente en cuenta como estos aspectos reducen nuestro espacio privado.


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