Podemos hablar largo y tendido de las
nuevas estrategias de la publicidad:la captura de espacios públicos y privados,
la captura de nuestras actividades cotidianas y de nuestros hábitos,la
segmentación de los anuncios. Todo ello nos llevará inequívocamente a una
pregunta final: ¿quién debe poner límite a la publicidad? Ya podemos comprobar
que, si nosotros no actuamos, los vendedores no parecen tener el más mínimo
reparo en invadir nuestra intimidad, quizá porque a ellos no les parece
negativa la publicidad, sino que la contemplan como un modo de vida. Por tanto,
es obligatorio hacerse una pregunta: ¿es conveniente dejar que sean los
vendedores los que controlen la cantidad y la intromisión de la publicidad?
¿Hasta dónde debe llegar ésta? ¿Corre peligro nuestra intimidad?
Estas preguntas reflejan toda una
problemática social que nace del drástico cambio que ha sufrido nuestra
sociedad en los últimos años. Sobre quién debe poner límite a la publicidad y
si debemos confiar en los vendedores, la respuesta es intuitivamente rápida:
nosotros debemos ser capaces de decidir qué publicidad aceptamos y qué
publicidad rechazamos; ser capaces de hacerlo técnica y legalmente. Del mismo
modo que mientras navegamos por Internet aceptamos publicidad contextual y
rechazamos la publicidad intrusiva, podemos aceptar una publicidad que cumpla
su función, que no es otra que vender, sin apoderarse de nuestro entorno
privado y rechazar vías publicitarias más agresivas que sí lo hacen.
Y es que los publicistas no pararán hasta
llenarlo todo de anuncios: la web, la calle, nuestra casa. Porque aunque esto
no lo justifique, ser publicista consiste en vender tu producto a toda costa.
De forma que aunque pueda parecer excesivo estudiar todos y cada uno de los
hábitos de una persona con el fin único de venderle mejor, más que intentar
convencer a los publicistas de lo ético o poco ético de este comportamiento,
debemos analizar la situación y decidir
nosotros mismos.
Si los anuncios son indiscriminados y no
podemos evitar aportar información al publicista o recibir esos anuncios, no
serán aceptables y habrá que rechazarlos. Si los anuncios son aceptados como
parte de la prestación de un servicio con precio reducido, hay que valorar si la
rebaja del coste compensa efectivamente. Sin duda hay servicios que no podrían existir en ausencia
de publicidad (¿podría Google ofrecer el servicio de búsqueda que ofrece si no
se sostuviera con publicidad?), pero quizá no hace falta aumentar hasta el límite
la cantidad de información que Google (por continuar con el ejemplo) obtiene de
nosotros para ofrecer su servicio. ¿Hasta qué punto compensa, en el
sentido de cuánta información es justo entregar a cambio del servicio gratuito
que se nos presta? Del mismo modo que el famoso buscador, multitud de servicios
web ofrecen algo y se subvencionan con la publicidad adaptada a nuestro perfil,
publicidad que nos muestran en todo momento.
Antes de aceptar como inevitable el hecho
de que todo servicio vaya inherentemente acompañado de un programa de
publicidad segmentada, hay que analizar detenidamente las ventajas comparativas
que se nos ofrecen y lo que nos cuesta, no en dinero sino en información
personal, dicho servicio. La gran mayoría de servicios de este tipo no
aprobaría una comparación de este tipo al evaluar la relación
ventaja-información entregada.
De esta forma, es a nosotros y a nadie
más a quien compete decidir qué servicios nos compensa usar y qué información
entregamos a cada publicista. En este sentido, la tecnología RFID nos priva del
control sobre el sistema, pues no se puede desconectar a voluntad, pero los
pagos con tarjeta de fidelidad y la traza que dejamos pasan a ser
responsabilidad nuestra. Del mismo modo, resulta difícil evitar que diversos
servicios web almacenen información sobre nuestra navegación, pero mucha de esa
información la entregamos gratuitamente al navegar sin cerrar nuestra sesión de
trabajo en estos sitios o al completar un perfil con información personal que
entregamos a cualquier servicio web. Estos actos también son responsabilidad
nuestra.
No quiero decir que la aceptación de esta
publicidad sea algo descabellado; desde luego, tiene sus ventajas y sus
posibilidades. Mi única reflexión es que a veces no tenemos suficientemente en
cuenta como estos aspectos reducen nuestro espacio privado.
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